Femme fatale
Era un día caluroso de verano y, en las calles, las mujeres lucían sus elegantes vestidos. Los hombres, bien lejos de sus esposas, fumaban o tomaban alcohol mientras miraban a las más jóvenes. Y, si alguno era muy coqueto, se quitaba el sombrero a modo de saludo ante las más hermosas. Los chavales, en un acto de rebeldía, fingían ser más informales y se acercaban a las chicas descocadas. Por supuesto, los hombres adultos, sabían que dejarían esas tonterías cuando crecieran.
Pero lejos de la normalidad propia de esta década, una diablesa gordita, irrumpía en medio del statu quo establecido. Lucía un vestido que ondulaba con el viento y unos tacones que realzaban sus piernas. No es que desentonara por su vestimenta, pero si por su actitud. Andaba por la calle sin bajar la mirada avergonzada y, si algún chico le gustaba, era ella la que le enviaba saludos. Estaba claro que, semejante arrogancia, era impropia de una señorita decente pero volvía locos a cuantos la veían. Al pasar por un bar, lleno de elegantes alcohólicos, muchos derramaron sus bebidas ante la hipnosis que producía ver su cuerpo. Las mujeres, al ver la reacción de los hombres, envidiaron a la extraña forastera.
- Bombones - entró en el local la diablesa gordita para provocar a los hombres - Sois adorables, pero ninguno de vosotros valdría para lamerme el tacón.
Tras cerrar la puerta, la hipnosis que producía el movimiento de sus caderas, perduró unos segundos. Cuando su imagen se había perdido y todos los hombres habían vuelto a la normalidad, muchos se taparon la entrepierna con algún periódico o abrigo.
A la diablesa, llamada Tetas, le encantaba esta década. Por fin se había recuperado la moda y, en este último siglo, todo parecía ir mucho más deprisa. ¡Hasta soñaban con ir a la luna! ¿Qué vestidos se pondría ella cuando estuvieran en la luna? Pero mientras los coches, los tacones, los tatuajes y las gafas de sol siguieran mejorando... ¿Que más le daba a ella estar aquí o en la luna?
Tras pasar por debajo de una bandera de franjas y estrellas saludó a unos agentes fornidos que, evidentemente, se habían fijado en ella. Para ser humanos eran bastante guapos... Igual, el moreno del fondo... Se mordió el labio en parte por sus ideas pecaminosas y en parte para provocar al guapo humano.
- Hola preciosa - se acercó el que parecía de más alto rango - Seguro que te encantará pasar un pequeño rato conmigo.
- Estoy segura que la tendrás tan pequeña como el rato que me propones pero el que me interesa es él - señaló al moreno uniformado - ¿Podrías decirle que se acercara?
- ¡¿Ese?! - se burló el agente - Si es un pipiolo. No puede darte lo que un hombre de verdad, un hombre como yo.
- Los prefiero más jóvenes, son más dóciles - se relamió pensando en las diabluras que iba a hacerle - Pero puedo dejarte oler mi ropa mientras me lo follo.
- ¿Acaso me consideras un degenerado? - se molestó el hombre hecho y derecho.
- Todos lo sois - se fue dejando al hombre visiblemente enfadado - Pero seguro que él sabrá complacerme mejor.
- ¡Se acabó! - empezó a andar tras la diablesa - ¡Voy a enseñarte modales!
El hombre descargó un guantazo a la diablesa. Su ira se había mezclado con su libido y no iba a permitir semejante humillación. El golpe fue tan fuerte que tumbó a la bien dotada diablesa de manera bastante indecorosa.
- Te vas a arrepentir de esto - prometió desde su posición - Nadie me humilla a una súcubo.
Mientras se levantaba, de su bolso pequeñito, sacó una fusta. No dudó en dar los primeros golpes en la zona de los ojos. Los siguientes impactos, estratégicamente elegidos, fueron directos a la zona genital. Tetas había perfeccionado mucho sus dotes para infringir dolor a un humano, generalmente en sus torturas eróticas. Era feliz haciéndolo y le provocaba excitación la sumisión, por lo que no veía problema alguno.
Antes de seguir con su venganza giró su mirada hacia el policía moreno y le guiñó un ojo. Aunque lamentaba perder esta oportunidad habrían otras en el futuro. Seguro que los morenos de ojos verdes seguirían existiendo cuando volviera.
- Una pena cariño, habría disfrutado poniéndome tu gorra y azotándote - chasqueó los dedos y unas llamas empezaron a arder sin control a su alrededor - Si vas al infierno, búscame.
Una llamarada que hedía a azufre consumió a la súcubo y al hombre dolorido. Cuando todo parecía haber pasado se acercaron el resto de policías. Aunque buscaron a fondo no encontraron ningún resto ni pista de lo que podría haber ocurrido.
***
En el infierno habían pasado unos seis meses y Tetas se disponía a reinsertar al pecador en la sociedad. Al entrar en el cuarto en el que le había torturado y atormentado, él se arrodilló ante su ama. Después de toda la disciplina que había recibido era incapaz de ver a una mujer y no besarle los pies.
- Amor, estás de suerte - le apartó con una patada al recibir los primeros besos - Hoy te voy a reinsertar.
Para sorpresa del torturado se sintió fatal. Por un lado se alegraba de volver a ver su mujer pero... no quería perder a su ama ni la nueva vida que llevaba. Suplicante, se acercó de rodillas, e imploró por que no le diera la libertad. Pero Tetas había tomado una decisión y era hora de deshacerse de ese estúpido. Lo que habría dado por jugar con el guapetón de ojos verdes... Igual, al devolver a este perro estúpido, podría encontrar a ese juguete nuevo.
***
Ya en la Tierra, con sus juegos enfermizos, decidió quitarle lo único que le quedaba al ex-policía: su dignidad. Conforme llegaba a la casa de su antiguo prisionero, llevándole encadenado y en ropa interior, disfrutó de destruir su reputación. Al dejarle en el porche, la mujer de su juguete se emocionó por el reencuentro pero después se escandalizó por el trato que le habían dado. Asustada por el que dirán retrocedió ante la domina que llevaba amarrado a su marido.
- Ya me dará las gracias - bromeó la diablesa de curvas provocadoras - Eso sí, tenga cuidado con las pinzas.
- ¿Pero... ¿Por que las pinzas? - dirigió la mirada a su marido y de repente lo entendió - ¡Oh!
- Tranquila, puede marcar las que vaya a usar para sus pezones.
- Espere un segundo. - la mujer jugaba nerviosa con un plumero para evitar que le temblaran las manos - ¿Quién es usted?
- Puede llamarme Tetas - se giró hacia su vieja mascota - ¡Sit!
El hombre obedeció y se sentó ante la orden de su ama.
- Solo una cosa más... ¿Como le hago volver a la normalidad?
- No podrá, eso ya se lo digo yo - soberbia y divertida, la súcubo empezó a dejar el porche atrás.
***
La mujer, intentando que su marido se pusiera algo de ropa, escuchó unos ruidos en el jardín. Como respuesta automática miró en la dirección del sonido. Era esa engreída que le había perturbado al marido y lo había convencido de que era un perro. Sentía el mayor bochorno que jamás había sentido y todo por culpa de esa fresca.
- ¿Y qué quiere ahora? - preguntó cubriéndose medio rostro con los pantalones de su marido.
- ¿No sabrá el nombre de un amigo suyo? Uno con los ojos verdes y el pelo negro.
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